En 1989 el cine español estrenó una película que sacudió sus cimientos. Se llamaba Amanece que no es poco, y no se parecía a nada que se hubiera visto antes. Su director, José Luis Cuerda, había realizado unas cuantas historias para televisión y estrenado en cines Pares y Nones y la exitosa adaptación de la novela El bosque animado.
De repente llegó con un filme indescriptible, surrealista, lleno de humor absurdo, y una mezcla de chistes inteligentes, gags visuales y propuestas delirantes que se salía de cualquier molde. La gente no sabía bien qué estaba viendo, pero sabía que venía de un genio irrepetible. Aunque entonces no fuera especialmente reconocida (los Goya de ese año casi la ignoraron), con el tiempo fue cogiendo la importancia que se merecía.